viernes, 22 de enero de 2010

Escritos propios: 6. Monólogo interior

Oh, oh, ahí viene otra vez. Pon buena cara y sonríe, eso es. Ahá. ¿Por qué siempre se dirige a mí? Asiente. Bien. Qué bueno, a este tío le salen pelos de la nariz. ¿Esos pelos crecen? No, qué horror. Tendría que cortárselos. O quizá si los cortas sí crecen... Joder, cómo habla. Debe creer que me interesa, claro, ¿por qué? Dile que sí, dile que claro. ¿Acaso no lo ve? No. Sí, es evidente, pero no le importa. Oh, por favor, ¡qué rapidez! Calla, hombre, calla. ¿Han descubierto una nueva constelación? Ah. ¿Qué diablos es una constelación? Algo de las estrellas, de los planetas, sí, bueno, algo de eso. No digas nada. Cara sorprendida, perfecto.

Reíd, reíd, capullos, que ya os tocará. Hipócritas de mierda. Jiji-jaja en la oficina y luego hacéis porras a mi costa. Ah, pero juro que esta os la devuelvo, vaya que sí. ¿Pero qué me estás contando? Sonríe. Apolo. ¿De qué me suena el nombre? ¿No se llamaba así uno de los protagonistas de la serie esa que ve Arturo? Asiente. El del comandante no, ése tenía nombre de presidente. Sí, Obama. No, Abama. Sí… bueno, no sé. Tendré que bajarla, tenía buena pinta, aunque era tan oscura… ¿Por qué está todo oscuro? Qué ratas, por cuatro duros que se ahorran apagándolas. Joder, y ya podría salir el sol, tanta lluvia tanta lluvia. Así poco importa que levanten las persianas. Qué sucias. Si pusieran cortinas…

Uy. Silencio. Gírate, vuélvete. Ay, mierda, que me mira y no habla. Eh… asiente. No, no, sonríe. No, no. Dile, cambia de tema. Joder, ¿por qué te cuesta tanto seguirle la conversación? Ah, está mirando por la venta. Bien, aprovecha, dile. El tiempo, sí. No… esa mirada perdida. Ay que lo sabe. Sí, se ha dado cuenta. Bah, desde el principio que lo sabe. ¿Por qué siempre se dirige a mí?

—Qué ganas de que empiece a hacer calorcito, ¿eh?
—No, me gusta el frío.

Sonríes, bien, bien. No, ¿otra vez? ¿Del clima? Buf. Asiente. ¿Entonces no se ha dado cuenta? Joder, joder. ¿Cómo le digo? ¡Pero cállate! No, pobre. Sí, lo sabe, es evidente, pero no le importa. Claro, le debe dar igual. ¿Quiere aparentar? No, quiere hablar, pobre. ¡Pero cállate! Ah, ah, ¿cómo le digo? No, déjalo, déjalo. Buf. Me quedan unos minutos. ¿Tendrá para mucho? Claro, sí, siempre. Adiós al café del bar. Arg, pagar 40 céntimos por esa birria… Qué remedio. No, paso de…

Ay, qué cosquilleo. Ah, bendita melodía.

—Discúlpame, Luís… ¿Sí?

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