viernes, 23 de octubre de 2009

Escritos propios: 1. Hastío

No quise decirle a nadie que salía. Simplemente abrí la puerta y, sin hacer ruido, me fui, no sin antes escuchar las risas de los invitados, provocadas, por supuesto, por las siempre graciosas palabras de mi mujer. Ya les llegaría a ellos el momento de descubrir que, en el fondo, aquel cachondeo no era más que la tapadera de unas vidas aburridas y sin sentido.

Fuera, el frío y el agua me sobrecogieron, como si de una bofetada sin razón se tratara. Pero me sobrepuse enseguida. Al fin y al cabo, no podía ser peor que estar sentado en el salón de casa, rodeado de charlas pegajosas y bebiendo café demasiado caliente. Ni siquiera entré para coger uno de esos paraguas tan feos que decoraban el perchero roto del recibidor.

Paseé sin rumbo por el barrio. Uno, dos, tres… doce cruces. ¿O quizá fueron más? Cruzaba y cruzaba todos ellos que, dado el torrencial que caía, no me parecían sino ríos sin más misión que la de arrastrar las miserias de las calles. Pensé en la inutilidad de ello, pues a la miseria no se la puede despachar así como así. Ya podía llover cuánto quisieran esas nubes grises casi negras. Así, anduve y pensé durante horas, fijándome en todo y en nada.

Hasta que no llegué de nuevo a mi portal, por pura casualidad, no me di cuenta de cuán molesto era el ruido atronador que me envolvía y arañaba mis oídos. Mas eso no era nada comparado con el cúmulo de todo lo demás. Mi cara húmeda, qué digo, mojada; el vibrado del móvil en mi bolsillo, indicando una llamada tras otra; la sonrisa de la gente al cruzarse conmigo, o su indiferencia, que para el caso era lo mismo; los semáforos que cambiaban de color para impedirme continuar; las parejas de novios abrazados bajo un solo paraguas, bien juntos; esa niebla que menguaba mi existencia; los críos que saltaban en los charcos y que, sin excepción, eran amonestados por sus padres… ¿qué sentido tenia todo eso? ¿Por qué no se paraba el mundo y me dejaba tranquilo? ¿Con qué propósito me hacía Dios sufrir de esa manera?

De repente me sentí agotado y no fui capaz más que de sentarme en las escaleras, sucias de barro. Al hacerlo, sentí el contacto de los pantalones helados en mi piel y me estremecí. Empecé a tiritar. Me saqué las zapatillas Levis, que eran de todo menos cómodas, y, sin darme cuenta, encogí los pies hasta el punto de hacerme daño. Cansado como estaba, me costó horrores arrimarme a la pared más lejana, pero lo hice y, apoyando la cabeza hacia atrás, apagué el teléfono que seguía con su baile silencioso y cerré los ojos deseando, una vez más, que al abrirlos todo fuese diferente.

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