viernes, 26 de marzo de 2010

Escritos propios: 9. Escena

[Continuación del ejercicio 8]

Avanzamos sin prisa por el pasillo central, nuestros pasos amortiguados por la raída alfombra verde. Yo voy delante, impaciente, preocupado, esperanzado. Pero despacio, muy despacio. Los metros que nos separan del hombre están furiosos con nosotros, parecen sumarse a medida que los recorremos. Siento cada vez más el bochorno de la sala en la frente, en las axilas y en las manos. Sin dejar de caminar y mirar al frente intento calmarme, respirar hondo. Clara debería hacer lo mismo. Aún sin verla, sé que lloriquea quedamente a mis espaldas: la escucho moquear.

—Ya está bien, Clara —le susurro al aire sin mover apenas los labios—. Vas a fastidiarlo.
—¿Y qué quieres que haga? Míralo… es… es él, él. ¿Por qué…?
—Ya lo hemos hablado antes.
—Pero ¿cómo puedes…?
—¡Basta! —me giro— No lo hagas más difícil, por favor. Sólo hemos venido por un motivo. Lo demás no importa, no debe importar, nada, ¿de acuerdo? —No me responde, así que la tomo de la mano e insisto:— ¿De acuerdo?
—Sí… —dice su sonrisa triste.

Cuando me vuelvo, él sigue mirándonos severamente desde la butaca. Su postura no ha cambiado un ápice, tan serio, ni siquiera parece pestañear. Macabro muñeco que aún estando en el escenario no actúa. Nunca supo. La aversión que destila hacia nosotros es verdadera y me derrota. Me cuesta caminar y seguir retándole con la mirada. Después de una eternidad nos paramos frente a su improvisado altar. Desde aquí, a un nivel más bajo, puedo verlo, podemos vernos con total claridad. Ya no hay duda. Un escalofrío recorre mi cuerpo. De dolor, de alegría, de miedo, de compasión, de nostalgia, de rencor. La mano de Clara aprieta la mía cada vez con más fuerza. O quizá sea yo quien aprieta la suya. En cualquier caso da igual, porque no lo siento. Ahora sólo soy capaz de recordar ese día, el último, el timbre de la puerta. Pero el eco de su voz interrumpe mis pensamientos.

—Llegáis tarde.
—¿Lle… llegáis tarde? —le escupo tras unos instantes de vacilación— ¿Es eso lo primero que nos dices después de todo? ¿Llegáis tarde?
—Sí, porque llegáis tarde.
—¿Qué… qué es lo que quieres, Diego? ¿A qué… a qué viene citarnos ahora? ¿Y por qué en este lugar? ¿Qué se te ha perdido aquí?
—Haces demasiadas preguntas, papá. Además, nada de esto va contigo, en realidad. —Y dirigiéndose a Clara:— Es con ella con quien quiero hablar.

No hay comentarios: