domingo, 13 de diciembre de 2009

Escritos propios: 4. Focalización interna múltiple

Primer punto de vista

Eran las once y dos minutos de la noche y el autobús aún no había llegado. Martín estaba cansado. Estaba en la parada desde hacía tan sólo unos instantes, es verdad, pero después de tantas horas trabajando la paciencia acababa por terminársele.

Se sentó en el asiento. Sí, en ése incómodo e inclinado, que más que ofrecerle descanso le obligaba a situar los pies bien firmes en el suelo para no resbalar. ¡Cómo lo odiaba! Por eso estaba concentrado en maldecir el radiador de su coche, ahora estropeado, cuando reparó en que frente a él, en la parada del otro lado de la carretera, había aparecido alguien. Al principio le costó descubrir la silueta: la niebla era más bien densa y el alumbrado ayudaba poco. Pero sin desviar la mirada y con la simpatía de los focos de los pocos coches que pasaban, pudo al final apreciar que se trataba de una mujer.

¿Una mujer en el polígono industrial a ésas horas? Él llevaba ya un par de semanas cogiendo el autobús para volver a casa y nunca se había encontrado a ninguna mujer en su misma situación: a todas las que trabajaban de tarde las venían a buscar. Que ella estuviera allí no era normal.

Natalia nunca hubiese hecho lo que esa chica, salir del trabajo a las tantas y esperar en la parada, sola y muerta de frío. Vamos, ni loca. Para eso estaba él, ¿pues tener chofer particular no era acaso una de las ventajas de tener novio? Claro que sí. Una llamada y listo. Y más le valía no hacerla esperar demasiado. ¡Ay, Natalia!

¿Cuánto tiempo llevaba sin verla? Desde el día 3. ¿Tanto ya? Uf. La echaba de menos. El desayuno juntos, las llamadas por teléfono, los fines de semana en el sofá. Abrazarla, sobre todo eso. Y mientras, acariciarle ese pelo suyo enmarañado, siempre suelto. Exacto, como el de esa chica. ¿Por qué lo miraba de esa manera? Claro, con esas pintas que llevaba no podía ser de otra manera. Natalia siempre le decía que se duchara en el trabajo antes de salir, pero a él nunca llegó a hacerlo. Ahora ya poco importaba.

Aún ensimismado como estaba, escuchó llegar el autobús. Vaya, era el que iba en dirección contraria. Las once y veintitrés, ¿cómo era posible? Alcanzó a ver subir a la chica y sentarse, y ya cuando el vehiculo empezada a moverse ella se giró y lo miró, pero a Martín no le dio tiempo a dibujar una sonrisa: ella ya había apartado la mirada.




Segundo punto de vista

Los cinco minutos que separaban la parada del autobús de la fábrica se le hicieron interminables. Era la primera vez que no podían ir a buscarla después del trabajo y por eso Julia se había duchado y vestido todo lo rápido que pudo con tal de no perder el autobús. No quería arriesgarse a tener que esperar al siguiente, si es que lo había.

Para cuando llegó, envuelta de un sudor frío pese a la humedad y la ventisca, el temor de sentirse sola y vulnerable se había apoderado de sus pensamientos. Nunca se había fijado en que a esas horas la zona estaba quedaba desierta y silenciosa; a las tres del mediodía, cuando empezaba su turno, aquello era un hervidero de trabajadores y camiones que no dejaban de transportar material de un lugar a otro. Ojala no tardase en llegar el autobús.

A pesar de la niebla que se había levantado, la necesidad de precaver y evitar posibles sustos la instó a fijarse más detenidamente en derredor suyo. Todo estaba bastante oscuro: la única farola que lograba apreciar debía estar por lo menos a un centenar de metros. ¿Por qué se empeñaba el alcalde en poner tantas flores en las rotondas y no en alumbrar las zonas que lo necesitan?

Pero por absurdo que pareciera, algo la deslumbró. Tardó unos segundos en dar con el origen: las bandas reflectantes de lo que debían ser unos pantalones de trabajo. En efecto, al forzar la vista, no sin hacer una mueca extraña, distinguió en la parada del otro lado a un hombre. Al principio, el hecho de que éste llevara uniforme la tranquilizó porque eso significaba que, como ella, trabajaba en alguna de las fábricas y que seguramente lo único que quería era llegar a casa. Sin embargo, parecía que el hombre no dejaba de mirarla. ¿Es que acaso se conocían? ¿Podía él reconocerla aún en la oscuridad y la distancia? Ella desde luego no.

¡Ah! Por fin escuchó y vio acercarse el autobús. La sensación de alivio la invadió. Así como hubo parado y abierto las puertas, Julia subió, saludó al conductor con una sonrisa no correspondida y fue a sentarse junto a la ventana. En un acto reflejo miró por ella y, con la ayuda de los focos del autobús, pudo entonces ver que el hombre de la otra parada era un total desconocido, así que se giró y no le prestó más atención.

1 comentario:

Javier dijo...

Interesantes estos escritos desde dos puntos de vista. Consiguen transmitir muchas sensaciones de una manera muy sutil, entre líneas.

Me gusta el blog, promete. Nos leemos, Nolofinue.

Saludos,

Javier